miércoles, 30 de marzo de 2011

Formas compartidas

Por la calle,
pateando un guante,
la alegría es súbita
y algo extravagante,
al pensar
que
como imagen para poema
es algo más inesperada,
y potencialmente novedosa
-piensen en todos los símbolos posibles-,
que sólo ir pateando piedras.

Es una de esas alegrías
capaces de invitar
a la forma compartida:
como un beso,
como una botella descorchándose,
suspirable, tenaz,
un deseo que se descubre en camino.

viernes, 27 de agosto de 2010

El sueño del loco

Mejor la siesta, loco,
la cama destendida,
el cuerpo flaco y algo transpirado,
pantalones de jeans cortados hasta la rodilla,
descalzo y en cueros,
las manos detrás de la cabeza,
como un detenido,
(risa nerviosa del loco)
la mirada en el techo enmohecido
el pucho en la boca,
el humo expandido
silencioso y azul,
la cabeza con esa idea,
de nuevo.

Mejor dormido, ¿no?

El loco en el intento de un pacto con su conciencia
sorprendentemente sorprendente,
con esa especie de culpa encima,
de cuándo?

No, para nada.
Nada.
La nada como un río en picada,
inclinado,
como desde una montaña,
un rápido, eso,
un rápido pero libre de rocas y salmones,
una selva alrededor,
árboles oscuros de un verde ennegrecido,
como si detrás la noche,
sí, la noche detrás,
y la caída hacia un abajo interminable,
los pies por delante,
el cuerpo acostado sobre ese río en declive,
al lado de otras personas,
como en una carrera, unos adelante,
otros atrás,
el aumento de la velocidad,
sí, una carrera,
la aceptación casi inmediata de una realidad
a la espera de algo nuevo y espectacular,
pero nada como la caída y la zambullida vertiginosa,
la sensación de ahogo,
el cuerpo en lucha contra esa muerte de mentira
-¿de mentira?-
la desesperación por la falta de aire,
el agua caliente
a medida que el cuerpo más hundido,
aún en ese declive,
otro rumbo de la carrera,
quizá el único y verdadero,
el fondo sofocante,
abismo,
pequeño infierno,
despojo de la naturaleza,
culpable de los crímenes pasados,
sin posibilidad de nada.
Nada

viernes, 25 de junio de 2010

Escarcha

El código barrado,
sus líneas irregulares,
su espacio escondido,
sólo recibe miradas que apenas marcan
en las estadísticas,
soslayos insignificantes
por los cuales ya no bailan
ni enseñan sus navajas
los de siempre.

No me sumo
ni hago falta.

Tampoco dejo de pertenecer
a lo sin nombre,
a la escarcha que se resquebraja,
a la preferencia por las vías muertas.

A falta de óbolos
quedarán los cuencos vacíos,
en cuya oscuridad buscarás
para negar miserias.

lunes, 14 de junio de 2010

N/N

Salir del trabajo a la casa es una acción que ocurre de noche, y de la cual ya he perdido la menor noción conciente. Hago el trayecto caminando. Doblo esquinas, cruzo escaleras, traspaso ambientes. Llego a la rotonda, último parámetro que indica la cercanía del barrio.
Esta vez hay un operativo policial; un taxista ha entregado a dos muchachos que viajaban con él, eso es lo que explica a los curiosos. Los muchachos tienen las manos apoyadas al patrullero y esperan un descuido de un agente gordo que los vigila. Ese descuido ocurre y los muchachos escapan. Yo estoy en medio de la escena y veo al agente gordo que saca su nueve milímetros y dispara. Ese disparo me da en la frente.
Yo sigo caminando, cruzo la rotonda mientras veo cómo uno de los muchachos corre hacia unas tomas abandonadas, y escucho la sirena de un patrullero que ha llegado a sumarse a la captura.
Llego a mi casa. Caliento la cena. Me siento a comer mientras miro la televisión. La voz gangosa del intendente anuncia nuevas obras de veredas y jardines en los barrios a orillas del río. En un momento la sangre me cubre la vista. Me limpio con el antebrazo y sigo comiendo. La siguiente noticia habla de un operativo en la rotonda a la entrada del barrio: un detenido. Termino de cenar. Miro un rato más de televisión; doy vueltas por todos los canales disponibles, termino masturbándome frente al canal pornográfico, codificado, en donde apenas se ven algunas líneas y formas deducibles.
Me limpio con servilletas de papel. Me lavo los dientes en el baño. Miro mi agujero en la frente: la sangre está seca. Me lo cubro con un mechón del pelo.
Llego hasta la habitación. Me acuesto. Miro el techo. Apago la luz. Cierro los ojos.
Muero.

viernes, 21 de mayo de 2010

El retorno del payaso onanista (primer embate)

Tengo la suerte de haber llegado vivo
para leer este poema;
si hubiera que decir algo sobre este poema,
podría exagerar un poco
y ponderarlo como la expulsión viscosa
que parece brotar de las entrañas,
y sobre la que se amontona tanto papel impreso
y cenizas de tiempos oscuros.
No sé muy bien de dónde vino este poema,
el agotamiento y el hartazgo
no son suficientes excusas
para no indagar en sus primeras causas;
y aún así.

Podría ser la propia estupidez,
ésa que nos corresponde por especie,
la que se ejerce en privado o al aire libre,
y que cristalizan en conducta otros idiotas.

Si los motivos fueran la contestación indignada,
sería un mal poema
puesto que mis interlocutores ideales ya han muerto,
y no creo que sirva de algo discutir con un poeta vivo;
la mayoría me intimida:
cuando me gritan,
cuando parecen sufrir,
cuando parecen rasgarse las vestiduras,
y digo parecen porque,
entre nosotros,
cuánto les dura el berrinche.

Ven? Ya me sacan del eje,
ya se calienta la sangre,
mala señal;
por suerte es por un rato,
no más;
la sangre regresa a su ritmo,
en el que deja de ser motivo,
patrimonio,
esencia,
etc.


Es probable que,
luego de unos días,
si se lo deja estacionado, al poema,
otros ojos, el mismo cuerpo,
haga sus retoques,
que no tienen nada que ver
con la musicalidad de las sílabas,
ni con los movimientos de las palabras,
ni con el coloridos ni las imágenes;
a quién se le ocurre que eso sea importante?

Son las miserias del sentido,
las palabras manoseadas,
vueltas emblemas,
el desteñido del abuso,
uno mismo,
que ya desconfía
de esa mañana en la que,
mientras el mate ponía a las tripas en movimiento,
creímos, por así decirlo,
y escribimos palotes
mientras la úlcera ardía.

Tengo la suerte de saber más o menos por dónde va el poema;
a esta altura se contiene
de las buenas intenciones,
se abandona a un fluir poco armónico,
pero no se hace drama;
aunque sí te espera, lector oyente,
sí quisiera tocar alguna fibra tuya,
-abrir algún escote, si no es mucho pedir-,
o, ya saciado,
sólo quiera sentarse a tu lado,
preferentemente distendido,
a ver qué pasa.

Se trata de probar,
como los perritos nuevos,
a lo ensayo-error;
si no llega,
al menos saber cuánto falta para llegarte.
Si hay amor de por medio,
sentir que es posible a pesar de los versos;
permitir las segundas intenciones,
los intersticios,
ese pie por debajo de la mesa.
Si no nos queda mucho tiempo,
si la impaciencia,
si el retorno del agotamiento y el hartazgo,
si los tiempos en que se viven;
sigamos en esta sintonía,
no nos perdamos en las creencias
ni en nuestro honor mancillado;
olvidemos un instante al hombre que se define a sí mismo.

domingo, 31 de enero de 2010

Escritos en el polvo



Un ocaso


Esta cicuta es el abandono
de todo aquello
que nos ata a la más perversa seguridad;
es la duda inmortal frente al vacío.

Sutil en mi sangre,
todo se reemplaza;
hasta el cuerpo proyecta
una sombra que parece huir,
siempre más allá de esta calma inútil.

Aquí te dejaré,
ya que mi copa
espera tras el sol oculto.
Este horizonte rasgará un velo sacro:
el lino y el arca quedarán expuestos
para perderse en una síntesis,
o bajorrelieve,
signo o columna de templo.



Cuerpos


Por tu cuerpo,

el agua,

descubre que fuiste lecho,

y que surcos,

no visibles,

aún llevas dentro tuyo;

se desliza,

el agua,

por tu cuerpo,

y sabe,

el agua,

que eres río también,

río de lava y memorias,

memorias de esa lava,

y te lleva, el río,

te recorre y te habita,

mientras te lleva,

este río,

junco desprendido,

por las venas de la tierra,

cuerpo también que flota

entre lava y memorias.



Los campos sembrados


Sin decirlo,

como cuando se sabe

que soñamos,

nos esperamos en el prisma

de una mirada;

y en esa contemplación

el espacio se dilata

en la pupila atenta,

como un campo iluminado

por el amanecer.

Dónde queda, entonces,

el espacio justo para la palabra

que, se dice,

es el gesto

capaz de dar la vida

o quitarla,

si frente a ese campo,

la luz matinal

nos maravilla, por así decirlo,

hasta el punto de

enmudecer.

Será,

disfrutaremos de ese silencio,

que no es la falta de

‘cosas para decir’,

sino más bien la señal

de que los campos sembrados

reverdecen con la luz,

y que el único sonido apreciable

es el arrullo del río

que nos espera

más allá.





Restos de naufragios

A Neruda, por algunas cosas


Acaso estas palabras se acerquen al poema

ya que el poema es siempre otra cosa:

un cuadro lleno de pájaros ausentes

que se presienten en el dibujo de las nubes;

un muelle en el que cabecean unos botes,

donde hay uno que no regresará;

el sueño de un ermitaño

que, despierto y liberado,

contempla el amanecer;

la primera palabra del primer hombre

frente al mar.

Acaso el poema huye de mí,

dejando una estela de sonidos

y signos arbitrarios,

perdiéndose,

como un faro sumergido,

apenas su luz en la superficie.

Acaso ya estoy muy lejos de él

y, sin embargo, persisto.

Los restos de un naufragio en la costa

me acercan a la idea de un barco,

pero no a su totalidad.





Rupestre



Lo que tallan mis manos

en la madera,

lo que dibujan mis dedos

en la tierra,

marcas que otros dirán

si heridas del alma,

si figuras geométricas,

si criptogramas que encierran

ciencia y misterio,

hoy son apenas barro

y piedras del arroyo,

luciérnagas que atrapo

para luego dejarlas volar,

nada más.

Sobre la oscuridad de los albinos

De los tres albinos, pocas veces al año, sale un cuarto. Los días previos, los tres perciben un rumor por fuera de todo, que de a poco comienza por quitarles el sueño, y luego directamente dejarlos tan sensibles que necesitan dejar de hacer lo que están haciendo para ir al baño, a llorar. Dada la brutalidad general que manejan en sus relaciones, estos actos los incomodan mucho; más de uno, ante la misma incomprensión de lo que ocurre, ha golpeado a un no albino sin más razones que una consulta sin importancia. Ante esas situaciones alarmantes, de las que se desprenden los más variados y extravagantes comentarios –ellos usan la palabra ‘chisme’- sobre la oscuridad de sus vidas, resignados se reúnen, sabiendo de antemano lo que van a vivir.
Una vez encerrados en el ‘quincho’ de la casa paterna, quizá el lugar donde comenzó todo, ya no son tres sino cuatro. Ese momento no les es nada grato. El cuatro albino es una personalidad dominante y generalmente malhumorada, que los obliga a azotarse y a cumplir con todos sus caprichos. Los otros tres conocen de memoria toda la historia con la que el cuatro los enfrenta, de la que no pueden objetar nada, y de la que sólo una culpa insuperable perece ser el único motivo de tanta obediencia dolorosa.
Algunos de los caprichos del cuarto albino debe cumplirse fuera del tiempo del suplicio de esa reunión, y a simple vista suelen ser juzgados por meros actos vulgares o más propios de las personas deshonestas.
Hasta ahora, cualquier intento de profundización sobre esa oscuridad, incluyendo detalles más específicos sobre las palabras del cuatro albino, ha sido casi nulo. Los tres se vuelven confusos, algunos días nos hacen creer que sólo son dos, pero en los días festivos se los ve a esa totalidad cotidiana, oficial, junto a sus mujeres no albinas e hijos no albinos. De su trato con los vecinos puede deducirse que hay algunos resabios propios de la paranoia; de esta conducta se desprenden otras deducciones: creen que alguien los ha espiado, que alguien vio al cuarto albino, un imposible en verdad; o que entre los chasquidos de los azotes y las exclamaciones propias de la carne sufriendo, han sido escuchados en el fragor de la clemencia. Nada puede probarse aún. Seguimos alertas, a la espera de más datos.

martes, 20 de enero de 2009

lunes, 12 de enero de 2009

DIARIO MENTAL (taxi de vuelta)

El taxista dice que tiene sueño, que siempre le cuesta trabajar de noche porque durante el día no falta qué hacer, y entonces se acuesta apenas unas horas y duerme muy poco porque los vecinos del piso de arriba, los pibes, a esa hora, ‘rompen mucho las bolas’. ‘Muchos muchachitos’, dice y me pregunta si no me molesta que fume en el auto. Le digo que no y ambos encendemos sendos cigarrillos. Me quedo mirando por la ventanilla, recibiendo en la cara una brisa húmeda; de vez en cuando arrojo la ceniza del cigarrillo por la abertura del vidrio levantado. El taxista habla, sigue hablando, continúa hablando, seguirá hablando, me digo, hasta llegar a casa. Da lo mismo. Lo escucho como a una radio de fondo, de la que me llega, en ráfagas sonoras, alguna que otra palabra suelta que en este caso permite que, no sin una modorra creciente, a las tres y media de la mañana, reconstruya el sentido de lo que está diciendo sin dificultades, ya que el tema no ha variado desde que subí al auto. Es más, uno, cualquier persona, yo en este caso, exagerando un poco, podría decir que es un tema de conversación tan repetido que, continuando con la exageración, uno, cualquier persona, yo en este caso, me atrevería a atribuírselo al gremio taxista en general, como un elemento adjunto a su profesión, detalle éste fácilmente de comprobable si uno pretende sostener una teoría nacida a partir de la exageración. Todo esto permite, me imagino, conocer al taxista, por lo menos esa sería su intención si lo pensáramos en tanto acto de habla. Claro, es muy probable que este buen hombre sólo habla porque no quiere dormirse, y es necesario, o conviene, más bien, alimentar su monólogo con afirmaciones o preguntas de circunstancia, ya que nos conviene a ambos, sendas personas, que no se duerma al volante, se entiende. Por eso ahora le digo que sí, que es muy jodido el tránsito a eso de las 5 de la tarde en la esquina de Roca y 25, con todos los chicos saliendo de la escuela, lo que él parece no escuchar, ya que no termino de decirlo que lo toma como un ejemplo dentro de su propio relato. Eso es interesante, me digo, ahora me lo digo: este hombre viaja solo, yo sólo soy un rumbo, una dirección, o apenas un referente que le sirve para saber que no habla solo. De pronto descubro que mi esquina está cerca y se lo indico. Allí parece darse cuenta de que soy algo medianemente animado, sentado en el asiento de atrás, porque interrumpe de un modo abrupto su parlamento y menciona el frío y lo que le queda por trabajar, o sea, hasta la madrugada. A partir de allí pasa a decir que no dormirá nada y que nuevamente andará abombado como ahora, a manera de conclusión, mientras me dice lo que cuesta el viaje, a la vez que recibe mi billete de diez pesos, explicando que siempre, por una razón u otra, no duerme lo suficiente, y que después… Recibo el cambio, lo guardo en la billetera y le digo que tenga una buena jornada. El hombre saluda y lo veo perderse, doblando en la esquina.

martes, 30 de diciembre de 2008

Historias con la palabra ‘pelotudo’


a) Una especie de Jaimito universitario que se emborracha aún con tetrabrick, pero que está algo politizado (tiene un amigo que lo invitó a militar en “Quebracho”), está sentado, algo desparramado. El profesor lo mira, y pregunta en general: ‘Leyeron los textos de Weber y Durkheim?’. El muchacho, al sentirse aludido, exclama: ‘Yo no leo a esos pelotudos
[1]’.

b) Un hombre, que detesta a su suegro, viaja en una lancha por el mar en compañía, justamente, de su suegro. El mar está en calma y quizá por eso el suegro, acaso con la intención de sacar a relucir sus más profundos pensamientos, dice mirando al cielo: ‘estaría bueno que esta lancha se hundiera. Creo que si me tendría que morir está bien; ahora puedo hacerlo en paz’. El hombre lo mira y protesta: ‘¿Y yo, pelotudo?’

c) Esa tarde fuimos al microcine de la universidad, porque iban a estar los candidatos a intendente de la ciudad, y decidimos ir a ver si hacíamos alguna pregunta picante, o si algún conocido se animaba. Entramos y nos sentamos atrás, en la última fila, al centro. Tres asientos a nuestra derecha había un viejo, muy borracho, bien vestido aunque mal entrazado. Con una mirada vaga y un intento de aplomo, enarcó una ceja y dijo: ‘espero que estos pelotudos no se pongan muy teóricos’.


d) En uno de sus shows, el Artista incluyó un tema musical que se llamaba ‘improvisación’, en la que elegía al azar un instrumento musical, y tocaba algo con él. Antes explicaba que el show ya había terminado, quedando esta pieza musical por fuera del concierto, y que a los que no le interesara su improvisación podían retirarse. Esto último era, según el Artista, ‘la dosis suficiente de humor para ese tipo de conciertos’. Una vez, tras presentar estas condiciones, una persona del público se levantó y enfilaba hacia la salida. El Artista le dijo por el micrófono:
-Volvé, pelotudo, que era un chiste.


[1] (pese a su perfil gorila, destacado esto en la reunión de la editorial, el texto fue aprobado, más allá de haberse visto algunas caras disconformes)