lunes, 12 de enero de 2009

DIARIO MENTAL (taxi de vuelta)

El taxista dice que tiene sueño, que siempre le cuesta trabajar de noche porque durante el día no falta qué hacer, y entonces se acuesta apenas unas horas y duerme muy poco porque los vecinos del piso de arriba, los pibes, a esa hora, ‘rompen mucho las bolas’. ‘Muchos muchachitos’, dice y me pregunta si no me molesta que fume en el auto. Le digo que no y ambos encendemos sendos cigarrillos. Me quedo mirando por la ventanilla, recibiendo en la cara una brisa húmeda; de vez en cuando arrojo la ceniza del cigarrillo por la abertura del vidrio levantado. El taxista habla, sigue hablando, continúa hablando, seguirá hablando, me digo, hasta llegar a casa. Da lo mismo. Lo escucho como a una radio de fondo, de la que me llega, en ráfagas sonoras, alguna que otra palabra suelta que en este caso permite que, no sin una modorra creciente, a las tres y media de la mañana, reconstruya el sentido de lo que está diciendo sin dificultades, ya que el tema no ha variado desde que subí al auto. Es más, uno, cualquier persona, yo en este caso, exagerando un poco, podría decir que es un tema de conversación tan repetido que, continuando con la exageración, uno, cualquier persona, yo en este caso, me atrevería a atribuírselo al gremio taxista en general, como un elemento adjunto a su profesión, detalle éste fácilmente de comprobable si uno pretende sostener una teoría nacida a partir de la exageración. Todo esto permite, me imagino, conocer al taxista, por lo menos esa sería su intención si lo pensáramos en tanto acto de habla. Claro, es muy probable que este buen hombre sólo habla porque no quiere dormirse, y es necesario, o conviene, más bien, alimentar su monólogo con afirmaciones o preguntas de circunstancia, ya que nos conviene a ambos, sendas personas, que no se duerma al volante, se entiende. Por eso ahora le digo que sí, que es muy jodido el tránsito a eso de las 5 de la tarde en la esquina de Roca y 25, con todos los chicos saliendo de la escuela, lo que él parece no escuchar, ya que no termino de decirlo que lo toma como un ejemplo dentro de su propio relato. Eso es interesante, me digo, ahora me lo digo: este hombre viaja solo, yo sólo soy un rumbo, una dirección, o apenas un referente que le sirve para saber que no habla solo. De pronto descubro que mi esquina está cerca y se lo indico. Allí parece darse cuenta de que soy algo medianemente animado, sentado en el asiento de atrás, porque interrumpe de un modo abrupto su parlamento y menciona el frío y lo que le queda por trabajar, o sea, hasta la madrugada. A partir de allí pasa a decir que no dormirá nada y que nuevamente andará abombado como ahora, a manera de conclusión, mientras me dice lo que cuesta el viaje, a la vez que recibe mi billete de diez pesos, explicando que siempre, por una razón u otra, no duerme lo suficiente, y que después… Recibo el cambio, lo guardo en la billetera y le digo que tenga una buena jornada. El hombre saluda y lo veo perderse, doblando en la esquina.

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