viernes, 27 de agosto de 2010

El sueño del loco

Mejor la siesta, loco,
la cama destendida,
el cuerpo flaco y algo transpirado,
pantalones de jeans cortados hasta la rodilla,
descalzo y en cueros,
las manos detrás de la cabeza,
como un detenido,
(risa nerviosa del loco)
la mirada en el techo enmohecido
el pucho en la boca,
el humo expandido
silencioso y azul,
la cabeza con esa idea,
de nuevo.

Mejor dormido, ¿no?

El loco en el intento de un pacto con su conciencia
sorprendentemente sorprendente,
con esa especie de culpa encima,
de cuándo?

No, para nada.
Nada.
La nada como un río en picada,
inclinado,
como desde una montaña,
un rápido, eso,
un rápido pero libre de rocas y salmones,
una selva alrededor,
árboles oscuros de un verde ennegrecido,
como si detrás la noche,
sí, la noche detrás,
y la caída hacia un abajo interminable,
los pies por delante,
el cuerpo acostado sobre ese río en declive,
al lado de otras personas,
como en una carrera, unos adelante,
otros atrás,
el aumento de la velocidad,
sí, una carrera,
la aceptación casi inmediata de una realidad
a la espera de algo nuevo y espectacular,
pero nada como la caída y la zambullida vertiginosa,
la sensación de ahogo,
el cuerpo en lucha contra esa muerte de mentira
-¿de mentira?-
la desesperación por la falta de aire,
el agua caliente
a medida que el cuerpo más hundido,
aún en ese declive,
otro rumbo de la carrera,
quizá el único y verdadero,
el fondo sofocante,
abismo,
pequeño infierno,
despojo de la naturaleza,
culpable de los crímenes pasados,
sin posibilidad de nada.
Nada

viernes, 25 de junio de 2010

Escarcha

El código barrado,
sus líneas irregulares,
su espacio escondido,
sólo recibe miradas que apenas marcan
en las estadísticas,
soslayos insignificantes
por los cuales ya no bailan
ni enseñan sus navajas
los de siempre.

No me sumo
ni hago falta.

Tampoco dejo de pertenecer
a lo sin nombre,
a la escarcha que se resquebraja,
a la preferencia por las vías muertas.

A falta de óbolos
quedarán los cuencos vacíos,
en cuya oscuridad buscarás
para negar miserias.

lunes, 14 de junio de 2010

N/N

Salir del trabajo a la casa es una acción que ocurre de noche, y de la cual ya he perdido la menor noción conciente. Hago el trayecto caminando. Doblo esquinas, cruzo escaleras, traspaso ambientes. Llego a la rotonda, último parámetro que indica la cercanía del barrio.
Esta vez hay un operativo policial; un taxista ha entregado a dos muchachos que viajaban con él, eso es lo que explica a los curiosos. Los muchachos tienen las manos apoyadas al patrullero y esperan un descuido de un agente gordo que los vigila. Ese descuido ocurre y los muchachos escapan. Yo estoy en medio de la escena y veo al agente gordo que saca su nueve milímetros y dispara. Ese disparo me da en la frente.
Yo sigo caminando, cruzo la rotonda mientras veo cómo uno de los muchachos corre hacia unas tomas abandonadas, y escucho la sirena de un patrullero que ha llegado a sumarse a la captura.
Llego a mi casa. Caliento la cena. Me siento a comer mientras miro la televisión. La voz gangosa del intendente anuncia nuevas obras de veredas y jardines en los barrios a orillas del río. En un momento la sangre me cubre la vista. Me limpio con el antebrazo y sigo comiendo. La siguiente noticia habla de un operativo en la rotonda a la entrada del barrio: un detenido. Termino de cenar. Miro un rato más de televisión; doy vueltas por todos los canales disponibles, termino masturbándome frente al canal pornográfico, codificado, en donde apenas se ven algunas líneas y formas deducibles.
Me limpio con servilletas de papel. Me lavo los dientes en el baño. Miro mi agujero en la frente: la sangre está seca. Me lo cubro con un mechón del pelo.
Llego hasta la habitación. Me acuesto. Miro el techo. Apago la luz. Cierro los ojos.
Muero.

viernes, 21 de mayo de 2010

El retorno del payaso onanista (primer embate)

Tengo la suerte de haber llegado vivo
para leer este poema;
si hubiera que decir algo sobre este poema,
podría exagerar un poco
y ponderarlo como la expulsión viscosa
que parece brotar de las entrañas,
y sobre la que se amontona tanto papel impreso
y cenizas de tiempos oscuros.
No sé muy bien de dónde vino este poema,
el agotamiento y el hartazgo
no son suficientes excusas
para no indagar en sus primeras causas;
y aún así.

Podría ser la propia estupidez,
ésa que nos corresponde por especie,
la que se ejerce en privado o al aire libre,
y que cristalizan en conducta otros idiotas.

Si los motivos fueran la contestación indignada,
sería un mal poema
puesto que mis interlocutores ideales ya han muerto,
y no creo que sirva de algo discutir con un poeta vivo;
la mayoría me intimida:
cuando me gritan,
cuando parecen sufrir,
cuando parecen rasgarse las vestiduras,
y digo parecen porque,
entre nosotros,
cuánto les dura el berrinche.

Ven? Ya me sacan del eje,
ya se calienta la sangre,
mala señal;
por suerte es por un rato,
no más;
la sangre regresa a su ritmo,
en el que deja de ser motivo,
patrimonio,
esencia,
etc.


Es probable que,
luego de unos días,
si se lo deja estacionado, al poema,
otros ojos, el mismo cuerpo,
haga sus retoques,
que no tienen nada que ver
con la musicalidad de las sílabas,
ni con los movimientos de las palabras,
ni con el coloridos ni las imágenes;
a quién se le ocurre que eso sea importante?

Son las miserias del sentido,
las palabras manoseadas,
vueltas emblemas,
el desteñido del abuso,
uno mismo,
que ya desconfía
de esa mañana en la que,
mientras el mate ponía a las tripas en movimiento,
creímos, por así decirlo,
y escribimos palotes
mientras la úlcera ardía.

Tengo la suerte de saber más o menos por dónde va el poema;
a esta altura se contiene
de las buenas intenciones,
se abandona a un fluir poco armónico,
pero no se hace drama;
aunque sí te espera, lector oyente,
sí quisiera tocar alguna fibra tuya,
-abrir algún escote, si no es mucho pedir-,
o, ya saciado,
sólo quiera sentarse a tu lado,
preferentemente distendido,
a ver qué pasa.

Se trata de probar,
como los perritos nuevos,
a lo ensayo-error;
si no llega,
al menos saber cuánto falta para llegarte.
Si hay amor de por medio,
sentir que es posible a pesar de los versos;
permitir las segundas intenciones,
los intersticios,
ese pie por debajo de la mesa.
Si no nos queda mucho tiempo,
si la impaciencia,
si el retorno del agotamiento y el hartazgo,
si los tiempos en que se viven;
sigamos en esta sintonía,
no nos perdamos en las creencias
ni en nuestro honor mancillado;
olvidemos un instante al hombre que se define a sí mismo.

domingo, 31 de enero de 2010

Escritos en el polvo



Un ocaso


Esta cicuta es el abandono
de todo aquello
que nos ata a la más perversa seguridad;
es la duda inmortal frente al vacío.

Sutil en mi sangre,
todo se reemplaza;
hasta el cuerpo proyecta
una sombra que parece huir,
siempre más allá de esta calma inútil.

Aquí te dejaré,
ya que mi copa
espera tras el sol oculto.
Este horizonte rasgará un velo sacro:
el lino y el arca quedarán expuestos
para perderse en una síntesis,
o bajorrelieve,
signo o columna de templo.



Cuerpos


Por tu cuerpo,

el agua,

descubre que fuiste lecho,

y que surcos,

no visibles,

aún llevas dentro tuyo;

se desliza,

el agua,

por tu cuerpo,

y sabe,

el agua,

que eres río también,

río de lava y memorias,

memorias de esa lava,

y te lleva, el río,

te recorre y te habita,

mientras te lleva,

este río,

junco desprendido,

por las venas de la tierra,

cuerpo también que flota

entre lava y memorias.



Los campos sembrados


Sin decirlo,

como cuando se sabe

que soñamos,

nos esperamos en el prisma

de una mirada;

y en esa contemplación

el espacio se dilata

en la pupila atenta,

como un campo iluminado

por el amanecer.

Dónde queda, entonces,

el espacio justo para la palabra

que, se dice,

es el gesto

capaz de dar la vida

o quitarla,

si frente a ese campo,

la luz matinal

nos maravilla, por así decirlo,

hasta el punto de

enmudecer.

Será,

disfrutaremos de ese silencio,

que no es la falta de

‘cosas para decir’,

sino más bien la señal

de que los campos sembrados

reverdecen con la luz,

y que el único sonido apreciable

es el arrullo del río

que nos espera

más allá.





Restos de naufragios

A Neruda, por algunas cosas


Acaso estas palabras se acerquen al poema

ya que el poema es siempre otra cosa:

un cuadro lleno de pájaros ausentes

que se presienten en el dibujo de las nubes;

un muelle en el que cabecean unos botes,

donde hay uno que no regresará;

el sueño de un ermitaño

que, despierto y liberado,

contempla el amanecer;

la primera palabra del primer hombre

frente al mar.

Acaso el poema huye de mí,

dejando una estela de sonidos

y signos arbitrarios,

perdiéndose,

como un faro sumergido,

apenas su luz en la superficie.

Acaso ya estoy muy lejos de él

y, sin embargo, persisto.

Los restos de un naufragio en la costa

me acercan a la idea de un barco,

pero no a su totalidad.





Rupestre



Lo que tallan mis manos

en la madera,

lo que dibujan mis dedos

en la tierra,

marcas que otros dirán

si heridas del alma,

si figuras geométricas,

si criptogramas que encierran

ciencia y misterio,

hoy son apenas barro

y piedras del arroyo,

luciérnagas que atrapo

para luego dejarlas volar,

nada más.

Sobre la oscuridad de los albinos

De los tres albinos, pocas veces al año, sale un cuarto. Los días previos, los tres perciben un rumor por fuera de todo, que de a poco comienza por quitarles el sueño, y luego directamente dejarlos tan sensibles que necesitan dejar de hacer lo que están haciendo para ir al baño, a llorar. Dada la brutalidad general que manejan en sus relaciones, estos actos los incomodan mucho; más de uno, ante la misma incomprensión de lo que ocurre, ha golpeado a un no albino sin más razones que una consulta sin importancia. Ante esas situaciones alarmantes, de las que se desprenden los más variados y extravagantes comentarios –ellos usan la palabra ‘chisme’- sobre la oscuridad de sus vidas, resignados se reúnen, sabiendo de antemano lo que van a vivir.
Una vez encerrados en el ‘quincho’ de la casa paterna, quizá el lugar donde comenzó todo, ya no son tres sino cuatro. Ese momento no les es nada grato. El cuatro albino es una personalidad dominante y generalmente malhumorada, que los obliga a azotarse y a cumplir con todos sus caprichos. Los otros tres conocen de memoria toda la historia con la que el cuatro los enfrenta, de la que no pueden objetar nada, y de la que sólo una culpa insuperable perece ser el único motivo de tanta obediencia dolorosa.
Algunos de los caprichos del cuarto albino debe cumplirse fuera del tiempo del suplicio de esa reunión, y a simple vista suelen ser juzgados por meros actos vulgares o más propios de las personas deshonestas.
Hasta ahora, cualquier intento de profundización sobre esa oscuridad, incluyendo detalles más específicos sobre las palabras del cuatro albino, ha sido casi nulo. Los tres se vuelven confusos, algunos días nos hacen creer que sólo son dos, pero en los días festivos se los ve a esa totalidad cotidiana, oficial, junto a sus mujeres no albinas e hijos no albinos. De su trato con los vecinos puede deducirse que hay algunos resabios propios de la paranoia; de esta conducta se desprenden otras deducciones: creen que alguien los ha espiado, que alguien vio al cuarto albino, un imposible en verdad; o que entre los chasquidos de los azotes y las exclamaciones propias de la carne sufriendo, han sido escuchados en el fragor de la clemencia. Nada puede probarse aún. Seguimos alertas, a la espera de más datos.