lunes, 22 de diciembre de 2008


Para un relato futuro

A veces se me ocurre escribir un relato sobre una pintura que hay en mi habitación. Creo que no pasa un día en que llego y miro esa ventana que da al patio de una posible Andalucía del siglo XI, con los detalles arabescos en su arquitectura. Según mi hermana –profesora de arte- el cuadro guarda ciertos problemas de proporción y parece no haber sido terminado. Lo he colocado al lado de la ventana que da a mi patio, así tengo dos aberturas para contemplar; ambas no cambian demasiado, pero yo sé que cada una guarda una forma totalmente distinta de existencia. Una tiene un fin práctico; la otra, incierto. En ambas se ve un paisaje, pero el tiempo los aleja para siempre. Entonces, tras todas esas conclusiones diarias –nada originales- surge la idea del relato, cosa que a cada momento decanta en la posibilidad fantástica, en la apertura a otro espacio viviente dentro del cuadro, como si dentro de ese espacio reducido habitara una serie de figuras -que nuestro conocimiento y capacidad de interpretación deduce en casas, balcones, puertas, arcadas y escaleras- y a partir de allí se escondiera alguna clave capaz de influir en los días de mi vida. A lo mejor estas especulaciones nacen de mi predilección con ese cuadro sobre el resto de los objetos de la habitación. Es cierto, no está terminado, le faltan detalles que quedaron marcados a lápiz; en el ángulo inferior derecho hay un nombre y una fecha: diez de noviembre de mil novecientos setenta y nueve, fecha escrita con números, debajo del nombre: Sergio. Las circunstancias de cómo lo adquirí son tan vagas que hacen imposible dar con el pintor, agotadas hoy todas las instancias de búsqueda. A menos que el azar nos cruce, ese nombre, y el hombre detrás de la palabra, se van alejando también de mí. Quizá esa sola afirmación, trágica aunque casi indiferente, sea lo que me lleva a dedicarle algunos segundos de contemplación, fijado en detalles mínimos, como buscando algún signo nuevo: a veces en ese campanario amarillo, en la parte superior, quizá por su color, creo encontrar cierta emoción que no me pertenece, en esa forma de permanecer, como saliendo del montón de casas de tejas rojizas, con su ventana pequeña que apenas si dejaría ver la campana. A veces también creo que lo que yo veo como un campanario no haya sido pensado como tal, sino que fue una torre, o apenas una figura más para el cuadro. Su cielo celeste tiene algunas vetas de blanco, en una proporción muy pequeña respecto a la penumbra general. Por algunos momentos, creo reconocer una silueta humana en uno de los balcones, pero sólo es una pincelada de gris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario