lunes, 22 de diciembre de 2008


Teatro, todo un desafío



Un hombre mira sin pensar sobre un retrato que el público nunca verá. Recuerda situaciones, escenas pasadas con la persona del retrato. Ella es dulce y viste de blanco. Escenas de viajes por la costa. Luego él se va en un barco. Nunca vuelve. Se ve involucrado en problemas con la ley, se vuelve contrabandista. Siempre mira ese retrato. Está preso. Organiza un motín. Escapa junto a nueve compañeros, con los cuales forma una banda de traficantes. Conocen el peligro y a la muerte de cerca (fallece el más joven del grupo, apenas un muchacho. Eso le provoca mucho dolor, y el hombre llora en escena, muy sutil). Pasan los años, y se compran una mansión en Hong Kong, donde viven años de holgura. Allí se hace adicto al juego y pierde todo su capital, y pasa a vivir como un paria en medio de una ciudad cuyo idioma ignora. Una prostituta retirada –ahora dueña de un burdel- lo rescata de la calle, al recordarle a cierto soldado con el que pasó unas noches en el puerto. Ella es dulce y viste aún de blanco. Él aprieta el retrato contra su pecho, cae de rodillas, y se da a entender que él volvió con ella, y apostó todos los ahorros de la mujer, dejándola en la ruina y obligándola a prostituirse otra vez, para fallecer en poco tiempo a causa de una enfermedad venérea. Aún retiene la imagen de ella, demacrada, en el lecho de muerte. En esa soledad (el decorado es de lo más pobre: apenas una silla, la mesa sobre la cual se apoya el retrato), el hombre se levanta, cabizbajo, se vuelve a sentar, saca un cigarrillo del bolsillo de su camisa, lo enciende con fuego que pide al público, y exhala la primera bocanada, bien espesa. Cae el telón.
Al final, aparece todo el elenco antes mencionado, hasta los extras, muchos, todos bien caracterizados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario